Sandra Marinero: “Mi felicidad es agridulce, nunca va a ser completa”
8/02/21
Por: Leonel Castro
Tegucigalpa, Honduras. Constancia, trabajo y sacrificio pueden describir perfectamente a Sandra Rosario Pavón. Ella es una madre de cuatro hijos que, por huir de la violencia doméstica y por construir un mejor futuro, emigró hacia Estados Unidos en búsqueda de nuevas oportunidades. Dejó atrás sus aspiraciones, sueños y a su familia atrás, pero logró formar una mejor vida.
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Alcanzar esos sueños han tenido un alto precio, sus ojeras remarcadas así lo evidencian. Trabaja dos turnos como asistente de enfermera en el hospital Golden Legacy Care Center de California, Estados Unidos. Por precauciones debido al ambiente en el que labora, sus precauciones son aún mayores. Siempre anda la cara cubierta por su careta, su mascarilla y sus anteojos, que son sus fieles compañeros. Sin embargo, su alegría resalta aún más; tal vez lo que refleja es esa misma felicidad que siente por todo lo que ha logrado.
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Cansada debido a que se encontraba en su jornada laboral, en el patio trasero del lugar, sin ningún ruido alrededor debido al vacío que se mantenía en él, con tres mesas y únicamente una silla que parecía estar esperándola para la entrevista, sin más que ella y sus sentimientos al hablar, Sandra quiso contar sobre su vida y dar a conocer un poco de sus muchas historias agridulces que le ha tocado pasar.
Durante la entrevista, hubo una constante batalla entre alegría y melancolía, pero el buen humor fue el protagonista. A pesar de las historias, en muchas de ellas, ni las palabras, ni las risas, ni las lágrimas se detuvieron.
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Los temas fluyen cuando Sandra habla, no importa la historia, a ella le gusta hablar y poder expresarse. Pero no es tanto su gusto por platicar, es esa honestidad y tranquilidad que transmite, la que permite tener buenas conversaciones con ella.
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Sandra pasó situaciones de felicidad, otras de tristeza y otras que tenían ambas emociones; sin embargo, persistió hasta poder conseguir todo lo que ha logrado hoy en día. Recorrió un camino difícil, mismo que le ha causado lágrimas y risas, pero, sobre todo, que le ha dejado múltiples experiencias de las cuales ha aprendido y vivido.
¿Cuál es su nombre completo?
Sandra Rosario Pavón Marinero
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¿Cuándo y dónde nació?
Nací el 14 de septiembre de 1965 en Comayagüela, Honduras.
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¿Cómo se podría describir?
Soy una persona tranquila, de hogar, no soy tímida pero tampoco soy muy sociable.
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¿Cuáles son sus pasatiempos favoritos?
Jugar en la Tablet, me gusta mucho ver películas de acción y leer. Me gusta mucho leer novelas románticas, me encanta. Aquí mis hijos me molestan porque puedo llorar por una novela que acabo de leer, pero después miro películas de acción y dejo de llorar.
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¿Cómo fue su infancia?
Fue muy bonita, muy tranquila y sana. Mis papás eran unos señores muy estrictos, me crie en el seno hogareño. Mi rutina era jugar, estudiar, ir a la escuela y luego regresar a la casa.
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¿Y su juventud cómo fue?
Puedo decir que lo mismo, solo que ya no era mucho de jugar, pero me enfocaba mucho en mis estudios. Prácticamente mi rutina era cumplir con las labores de la casa, estudiar e ir al colegio.
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¿Qué estudió y qué le hubiese gustado estudiar?
Estudié magisterio. Soy maestra de educación primaria y de eso me gradué, pero la carrera que yo anhelaba de todo corazón, era ser doctora, especializarme en pediatría.
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¿Lo pudo cumplir?
Lo segundo no porque me enamoré y de esa relación nació mi hija y tuve que parar de estudiar. Cuando ya nació mi niña, retomé los estudios y me gradué de maestra, pero ya tenía que cumplir otros intereses, tenía otras responsabilidades y no pude estudiar medicina.
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¿Fue difícil esa etapa?
Sí, fue muy dura. Antes de esa etapa, yo era una muchachita que todo me lo daban en la casa, una niña de mamá y papá, no tenía que trabajar para tener algo, simplemente lo pedía y me lo daban. Pero como no hice las cosas muy bien, entonces mis papás me hicieron ver mi realidad; sí me apoyaron en terminar mi carrera, pero ya fue con más restricciones, ya tenía que ver cómo le hacía para sacar mis cosas adelantes.
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¿Qué edad tenía cuando tuvo a su hija?
Era una adolescente de 17 años.
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¿Esa situación le ayudó a madurar?
Sí, mucho. Antes de eso, todo me lo daban. Creo que cuando uno recibe a manos llenas, no valora; ni siquiera a sus padres, ni a sus hermanos, ni a sus cercanos en sí. Ya hasta que pasas ciertas cosas, entre ellas necesidades, tienes que buscar una manera para conseguir lo que quieres, empiezas a valorar lo que tienes y lo que pudieras llegar a tener.
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¿Qué opciones tenía para poder salir adelante?
Estaba chamaca, era una adolescente de 17 años y en ese momento sentía que mi vida ya se había estancado. Yo sentía que no iba a lograr poder estudiar lo que yo quería y sacar a mi hija adelante a la vez, entonces me dediqué a trabajar como maestra; de hecho, fui maestra y también fui directora en un colegio de un municipio cerca de Orica. Tuve que estar yendo a diferentes lugares para tener mi plaza fija, pero no miraba que progresaba y, a raíz de que sufría violencia doméstica por parte del papá de mi hija, decidí salir de mi país.
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¿A qué edad se fue a Estados Unidos?
Tenía 20 años.
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¿Era totalmente consciente de lo que significaba ese viaje?
En primer lugar, salí con muchos temores. Era la primera vez que me alejaba de toda mi familia y que me iba a enfrentar a un mundo totalmente desconocido, sin personas que conociera, otro idioma, otras costumbres, el comportamiento de la gente que es distinto. Es muy duro, no hubo una tan sola noche que no llorara y que le pidiera a Dios que cambiara mi vida porque yo quería regresar a Honduras, todos los días quería regresarme, pero a la vez, tenía que ser fuerte porque tenía una hija a quien sacar adelante y no quería regresar con las manos vacías.
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¿Qué fue lo peor que tuvo que pasar antes del viaje?
Dejar a mi hija. De hecho, se lo digo y me duele mucho todavía porque tuvo que tomar la decisión de dejarla, era un pedazo de mí. Tengo 35 años viviendo acá y todavía me duele.
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¿Qué fue lo peor durante el viaje?
Dejar todo atrás. Durante el viaje pasé muchas cosas; de hecho, cuando estaba en Tijuana, uno de los coyotes intentó violarme, pero gracias a Dios, el jefe de ellos entró en ese momento y le llamó la atención, y no pasó a más. Esa experiencia me afectó bastante, duré mucho tiempo en el que no permitía que se me acercara nadie, porque tenía miedo que me hicieran daño.
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¿Esa situación le dejó traumas?
Es traumático. No terminó de suceder, pero me afectó bastante. Sin embargo, a los pasos de los años he podido ir quitando de mi mente, pero al inicio fue muy duro.
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¿Fue difícil adaptarse a una nueva vida?
Mucho, porque tenía 20 años, pero parecía de 15. Era muy flaquita y pequeñita, y no traía papeles con qué identificarme, y aquí la gente no les da trabajo a personas menores de 15 años, a excepción de los que tienen un permiso especial de su escuela, y ellos creían que yo estaba en la escuela y no tenía permiso, entonces no conseguía trabajo. El idioma también fue difícil, yo solamente hablaba español y no entendía nada, estuve en escuelas bilingües, pero únicamente sabía lo básico. Es un cambio muy brusco, pero a todo se adapta uno.
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¿Qué fue lo más difícil al no conseguir trabajo?
Que pasé mucho tiempo buscando quién me diera para al menos poder comer. De hecho, duré dos semanas durmiendo en un parque. No tenía dónde ir, no tenía qué comer, no tenía nada.
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¿Tiene alguna anécdota cuando tuvo que dormir en el parque?
Fíjese bien cómo Dios lo cuida a uno. Los pandilleros, las personas a quienes más se temen, se acercaron a mí y me dijeron que yo no tenía nada qué hacer ahí porque el lugar era parte de su territorio. Me acuerdo que yo me puse a llorar y les dije que solo quería un ratito para descansar porque no tenía dónde ir. Le di lástima al marero y les dijo a sus otros compañeros que “a esa morra me la cuidan y cuidado de aquel que me la quiera tocar”, y por dos semanas me alimentaron y ellos mismos me consiguieron dónde ir a vivir. Fui a dar a una casita de una señora que tenía varias camas en una sala y ahí me quedé. Ellos me ayudaron mucho.
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¿Qué más se tiene que pasar en la búsqueda del sueño americano?
Se pasan muchas privaciones, muchas humillaciones. Las cosas no son fáciles. Si escucha otras historias, la mía es la más bonita. Sufrimos de diferentes maneras, pero todos tenemos una historia en este país.
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¿Cuáles fueron sus primeros trabajos en Estados Unidos?
Muy esporádicamente cuidaba niños o aseaba casas, pero solamente me daban mi bocadito de comida, no recibía dinero. La primera vez que recibí algo, fue porque una señora me contrató un mes para limpiar su casa y me pagó 80 dólares.
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¿Duró mucho en adaptarse?
Para mí, fue de años. He visto personas que se logran adaptar rápido, pero a mí me costó mucho. Venía a trabajar y nadie me quería dar trabajo. Iba de un lado a otro y no sentía que miraba una luz en el camino hasta que conocí a mi esposo.
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¿Cómo conoció a su esposo?
Fue en un edificio donde llegué a vivir de una ciudad llamada Glendale, California. En todos los apartamentos de ahí vivían grupos de hasta diez personas. Lo conocí porque me tocó vivir con otras cinco personas, él vivía en otro apartamento. En un inicio, me caía mal porque me seguía mucho, y para esos días todavía pensaba en lo que pasó en Tijuana, por lo cual era muy esquiva al tener una relación y en sí, a acercarme a otro hombre. Duró tres años cortejándome, pero después me fueron ganando sus buenos sentimientos; él era muy atento, muy amable y empecé a permitirle que se me acercara y me di cuenta que era muy buen hombre. Realmente me tuvo mucha paciencia.
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¿Cómo empezó a darle confianza?
Fue un proceso lento, pero fui conociéndole muchas virtudes. Tenía más virtudes que defectos, y una de ellas es su solidaridad. Me acuerdo que yo agarré un apartamento, era un sueño que tenía acá; ganaba muy poquito, pero decidí agarrar ese apartamento porque en el edificio en el que vivía con las otras cinco personas, me dejaron tirada sin nada, pero no podía salir de ahí porque ya había dado mi renta. El apartamento estaba totalmente vacío y estábamos en una temporada de completo frío; para esos días, yo no tenía ni una cobija, y él vivía en el mismo edificio. Cuando él supo mi situación, fue a tocarme la puerta, pero yo no se la abría completamente, entonces me tiró una bolsita en el apartamento y le cerré la puerta prácticamente en la nariz. Al rato, me dio curiosidad ver la bolsa y era un sleeping bag, pero yo malpensada pensé que iba a querer algo, pero no fue así y me empezó a ganar por ese tipo de acciones.
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¿Otro recuerdo que tenga cuando le empezó a dar confianza?
Me acuerdo que yo no tenía para pagar el recibo del gas y de la luz porque había mandado dinero a mi familia en Honduras y no sabía cómo hacer. Él ya me conocía muy bien, sabía cuándo estaba angustiada, enojada o triste sin que yo se lo dijera. En eso, me preguntó qué tenía y le conté lo que pasaba; él me dijo que no me preocupara y que fuéramos al cine, fuimos a ver Terminator y, de hecho, esa fue nuestra primera salida. Estábamos en el cine y estaba bien enojada porque no me invitaba nada, ni palomitas, ni soda y solo pensaba que era tacaños. Terminó la película y nos fuimos caminando hasta donde yo vivía y seguía enojada. Cuando ya llegamos, se sacó un paquetito y me pidió disculpas por no comprarme nada en el cine, y me dijo que no quería desajustar el dinero para pagar los recibos y me entregó el paquete.
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¿Se ve sin su esposo?
No me veo estando sin él. Él me enseñó muchas cosas bonitas. Venía de pasar una etapa muy fea en mi vida, pasé algo traumático en el transcurso de mi viaje, no me iba bien cuando llegué a este país y así estuve durante cinco años. Llegué con él destruida emocionalmente y él me enseñó a ser optimista, solidaria, valiente; me enseñó a ser positiva, a intentar, a no quedarme con el “hubiera”.
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¿Él le marcó la vida?
Me la cambió y de una manera muy bonita. Aparte que, de esta relación, tengo tres hijos más; buenos muchachos, trabajadores, sin vicios y les va bien, gracias a Dios.
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¿Cuántos años tienen sus hijos?
Annabelle, la que tengo en Honduras, tiene 37 años, de ella tengo dos nietas; Nicky, mi hijo varón mayor de acá, tiene 25 años, lleva casado cinco años y tiene una hija; Andy, mi otro hijo, tiene 24 años y está soltero; y Cristhian, que es el menor, tiene 21 años y está soltero.
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¿Siente tristeza por haberse ido?
Sí, porque me he perdido muchas cosas lindas de mi familia. Al venirme para acá, perdí cosas muy valiosas que no todos valoran cuando las tienen. Una de ellas fue el crecimiento de mi hija; sus cumpleaños, su primer diente, el enfermarse, su primer día de escuela y de colegio, las reuniones del día de la madre, cuando se graduó, cuando se enamoró por primera vez. También me da tristeza no haber crecido con el resto de mi familia. El no poder darles un beso a mis padres, no poder abrazarlos, no poder recibir un consejo de ellos; así mismo, no ver crecer a mis hermanas.
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¿Cómo fue la primera vez que regresó a Honduras?
Fue cuatro años después de que me vine para Estados Unidos y cuando fui, ya no aguantaba el ruido porque me acostumbré al silencio que pasaba cuando estaba sola. El oír el ruido de los niños y hasta el de un loro que tenía mi papá me daba dolor de cabeza o me ponía nerviosa. Pero solo pasé dos días así, después me acostumbré porque eso era lo que yo extrañaba. Después cuando regresé a Estados Unidos extrañaba de nuevo esos ruidos y hasta al lorito me hacía falta.
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¿Qué fue lo mejor de haberse ido de Honduras?
Son dos cosas: El sufrimiento que pasé antes de salir de Honduras, durante el trayecto y estando acá, me fortaleció tanto que me hizo madurar mucho y apreciar todos los detalles. Y, por otro lado, que conocí a mi esposo y establecí mi hogar acá. Eso es lo mejor para mí.
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¿Siente que valió la pena haberse ido?
Siento que mi felicidad es agridulce porque todo hubiese sido perfecto para mí, si dentro de esta alegría que me dio mi Dios, estuviera mi hija. Pasé algo muy traumático con mis hijos porque me sentía culpable de darle un beso a un hijo mío, pero por no darle uno a la que tengo en Honduras.
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¿Qué más sentía por esa situación?
Me sentía muy culpable y después, cuando vi que mis hijos crecieron y que yo no había sido muy pegajosa con ellos, también me sentí muy culpable porque tal vez ellos hubiesen querido una mamá más cariñosa, pero no les podía explicar el por qué no pude acercarme tanto a ellos. A día de hoy, todavía tengo ese sentimiento de haberle dado a mi hija todos esos besos y abrazos que sí le pude dar a sus hermanos. Mi felicidad hubiese sido completa, si mi hija también hubiese estado dentro de mi vida Entonces, nada y todo valen la pena.
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¿Esta situación le dejó alguna lección?
Lo que sí comprendí, es que el daño que a veces le hacemos a nuestros hijos, no se lo hacemos porque queremos, se lo hacemos porque uno trata de protegerlos. No se lo hacemos porque no los queremos, sino porque los queremos. Pero sí me hubiese gustado mucho tener una relación estable como la que tengo, pero que estuviese presente mi hija.
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¿Qué más aprendió?
Que hay algunos errores que pesan para toda la vida. Y también que yo puedo sentir todo el amor del mundo por mi hija, pero tal vez ella no por mí. Ella no vio que su madre se preocupó por ella, que sí lo hice, pero tal vez ella no lo vio; no vio que su madre estuvo con ella en su enfermedad ni en todas las situaciones en las que me necesitó. Entonces, usted no puede obligarle a nadie a quererlo, ni aunque sea la mamá, el papá o el hermano. Todo cariño, todo amor y todo respeto se gana. Y a veces los niños lo que quieren es lo sentimental, no lo material.
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¿Podría ampliar más sobre la felicidad agridulce?
Mi felicidad es agridulce, nunca va a ser completa. Creo que, en un ser humano, las cosas nunca van a ser completas, aunque lo tratemos. Eso sí, hay que ser agradecidos día con día, sea bueno o malo. Si es malo, porque usted aprende de eso, si es bueno, porque saca mucho provecho. Y siempre hay que vivir agradecido con Dios.
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¿Qué sintió cuando supo que estaba embarazada de su primer hijo en Estados Unidos?
Es algo muy lindo, es un sentimiento que creo que solo los padres tenemos. Sin embargo, también me sentí culpable porque era mi primer hijo después de mi hija. Me sentía feliz, pero tenía culpa y sentía muchos miedos.
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¿Cuáles eran sus miedos?
Eran debido a que fue mi primera experiencia como madre, en el sentido de que iba a poder estar con él. Es una experiencia muy bonita, pero me daba mucho miedo, mucha culpabilidad y mucha felicidad… eran sentimientos encontrados.
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¿Cuál es su situación actual con su hija?
No sé si ella ya me entendió y ya me perdonó… no sé, solo ella sabe sus sentimientos. A día de hoy, estoy en una lucha con ella de querer tener un lugar en su vida nada más. Quiero que ella comprenda que, con muchos errores, pero todo lo hice por amor a ella. Y que la quiero con toda mi alma, ella fue la que enseñó a ser madre. Me enseñó muchas cosas, aunque no estuviese con ella, porque todo lo que yo hacía, lo hacía amor. Lo único que tenía en mente era sacarla adelante y darle un mundo mejor.
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¿Fueron difíciles sus últimos partos?
Sí, cuando nació Chris, mi último hijo, me dio depresión postparto. Pasé muy deprimida y mi esposo me ayudó en esa situación. Como no me pude realizar como doctora, busqué una carrera que me ayudara a estar cerca de la medicina, entonces me convertí en una asistente de enfermera certificado y ya llevo 20 años trabajando en un hospital y me siento contenta.
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¿Por qué le gusta la medicina?
Porque siento que soy más útil, estoy ayudando y tratando de que alguien se mantenga vivo.
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¿Qué la hace feliz?
Todos los que vivimos en este país, terminamos apreciando las cosas sencillas, me hace feliz lo simple. El tener salud, el tener a mi madre con mi vida, el tener una familia, el tener una pareja noble que se preocupe por mí, el tener trabajo, el haber superado un año de esta pandemia sin haberme infectado y me hace muy feliz que Dios esté en mi vida y en la de los míos.
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¿Cuáles son sus planes a futuro?
Jubilarme y dedicarme a la casa. Con mi esposo tenemos planeado ir a vivir a México, retirarnos para vivir más cómodos y que podamos descansar.
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¿Extraña su país?
Sí, pero lo extraño como yo lo dejé. Era un país en el que podía caminar y nada le pasaba, podía disfrutar de las calles y ahora ya no puede. Me da mucha tristeza cómo está mi país, no puede tener libertad de actuación ni de expresión porque actualmente solo es violencia. Extraño Honduras como yo la dejé hace 35 años.